martes, 22 de octubre de 2013

YO SOY VÍCTIMA DE E.T.A


   Yo soy víctima de E.T.A. Y tu, querido leyente, que pasas ahora tus ojos por las letras que voy derramando. Y tu amigo. Y tu vecino. Y tus padres. Y todos a quienes conocemos.

   Porque somos de las desgraciadas generaciones que nos levantábamos casi a diario con la noticia de una nueva matanza. De una nueva bomba. De un nuevo y cobarde tiro por la espalda. De sangre y dolor.

   Los recuerdo casi todos. He crecido con la maldita presencia de esa banda de desgraciados carroñeros. Y el aliento de la muerte en el cogote. Todavía recuerdo aquel momento en que la guardia civil aviso a los concejales de nuestra comarca, (entre ellos, mi padre) de que al menos durante un tiempo, debíamos comprobar los bajos del coche antes de arrancarlo, pues tras la última detención, tenían serias sospechas de que la próxima carnicería podía tener lugar por nuestras calles. Y la conversación con mis padres, seria, responsable y meditada. De que si alguna vez era yo la "elegida" por el fatal destino de las alimañas norteñas, nada de perdones ni de palabras políticamente correctas. Porque si tocaban a cualquiera de mi gente, yo echaría los hígados por la boca y me convertiría en la peor pesadilla de los desgraciados verdugos.

   Vidas rotas. Horror. Goyo. El matrimonio Becerril. El Fiscal General andaluz. República Dominicana. Hipercor. Casa cuartel de Zaragoza. El Profesor Broseta. Irene Villa y su madre. José Antonio Ortega Lara. Miguel Ángel Blanco. Angustia. Ignominia.

   Me he pasado la vida rezando y llorando por hermanos muertos por la sinrazón de cuatro bárbaros incapaces de defender sus propósitos con palabras y dando la cara.

   Decenas. Miles. Decenas de miles de heridos. Amputados. Militares o guardias civiles y familias a las que les quemaron el alma simplemente por ser la representación de España. De su país. Del mio. Del nuestro. Por defender una democracia que durante muchos años les pago con entierros nocturnos. Con féretros entrando por puertas traseras. Con tener que llorar su dolor sin lágrimas o en la intimidad de sus casas, porque además de tener que soportar el desgarro de la matanza, en el País Vasco había que ocultar tu situación de víctima por culpa de los mismos martirizadores.

   Maldita basura sin derechos ni coraje. Siempre matando desde lejos. Siempre empuñando el cañón por la espalda. Asesinando niños. Cercenando la libertad de todo un pueblo. Y cantando como despreciables gallinas sin plumas y sin sentido cada vez que eran y son atrapados.

   Cobardes. Trozos de carne sin alma. Execrables y simples peones reconvertidos en matadores por la simple razón de vivir a costa de los amenazados. Porque eso es E.T.A. Una puta banda de desgraciados que convirtieron una supuesta ideología en un condenado negocio.

   Y ahora llega el Tribunal de Derechos Humanos y nos dice que esa lacra, esa peste inmunda y purulenta, esa gentuza que ha regado nuestras calles y nuestros corazones de sangre y sufrimiento, que esos tienen derechos. Que la doctrina Parot no vale. Que peleles condenados a más de 3.000 años por incontables muestras de inhumanidad, ya han pagado su pena y deben salir de prisión.

   Como creyente, creo firme y sólidamente que jamás pagarán su pena. Que al otro lado de la vida, existe un infierno cruel y despiadado preparado para las gentes sin alma, y que en él arderán sufriendo al cubo todo lo que ejecutaron en la tierra. Cual Inferno de Dante, cada uno pagará la pena que el universo le imponga por haber roto sus reglas. Y allí no habrá recursos, ni posibilidades de resquicios legales por los que escapar. Para toda la eternidad.

   Como persona perteneciente al mundo del derecho, las leyes y  la jurisprudencia, conozco las lagunas de la doctrina Parot. Sé que un técnico de Estonia o de la madre que parió a los miembros del Tribunal de los Derechos Humanos, puede llegar a pensar que no se ajusta plenamente a derecho. Soy consciente de que es nuestra Constitución la que pone el mayor freno al endurecimiento de penas demandado por gran parte de la sociedad. Muchas han sido las discusiones por defender que no es todo tan fácil como nos explican los infalibles tertulianos en televisión o en las portadas de los diarios.

   Pero lo primero que me enseñaron, lo primero que aprendí y lo que defenderé siempre, es que hay determinados sacrificados que merecen justicia, incluso más allá de la ley.

   Y este es el ejemplo perfecto. España ha sido martirizada, machacada, chantajeada y diezmada durante décadas a través de los muertos y destrozados por E.T.A. Una sola lágrima de una sola de las víctimas vale más que la vida de el conjunto de todos esos asesinos. Y lo repito. No me he vuelto loca. En otro post de este mismo blog, exponía mi teoría de "los puntos de vida". Los miserables etarras gastaron todos sus puntos sin siquiera empuñar un arma. Se volatilizaron en el mismo momento en que pergeñaron tal disparate y en que que cada uno de esos animales fueron entrando en la cueva. Desde el líder de la manada, hasta la más pequeña de sus crías.

   De hecho, pienso que todo aquél que defienda, calle y otorgue o mire para otro lado en este caso, es tan responsable como ellos mismos, y tendría que revisar su carné para ver cuántos puntos de "humano" le quedan.

   Por eso, porque no son humanos, ni siquiera animales, deben ser tratados como la escoria que son. Sin derechos. Sin libertades. Sin puertas traseras en las leyes.

   El ignorante Tribunal de Derechos Humanos ha cometido un gravísimo error. Que la Historia les juzgue. Pero nosotros, los españoles, las víctimas directas y sus familias, y todos los demás no podemos, NO DEBEMOS derrumbarnos. Esa banda de inmorales ha pretendido siempre avasallarnos y manejarnos a través del miedo. Y ahí es dónde podemos ganarles.

   Yo NUNCA les tuve miedo. El País Vasco está lleno de valientes que tampoco lo han tenido y continúan sin tenerlo. Los pocos que quedéis albergando el terror en vuestros corazones, deshaceros de él. Porque sólo entonces seremos libres. Porque esa es la peor condena que pueden sufrir los etarras. Que nos levantemos contra ellos y les escupamos a la cara: "sé quién eres, escoria. Yo soy mejor que tu. Y no te tengo miedo".

   Basta de miedo. Y si salen todos de prisión, que salgan, pero como parias. Que no tengan donde comprar una barra de pan. Que no tengan donde tomarse una cerveza. Que no tengan un banco en el parque donde sentarse a tomar el sol. Porque nosotros somos más. Y nuestros muertos no pueden hacer ya ninguna de esas cosas.

   De nosotros depende. Los Tribunales que apliquen sus leyes.

   Ésta es nuestra justicia. La de las víctimas sin miedo.

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