miércoles, 29 de enero de 2014

BIENVENIDO, PAPÁ.


   Tenía 13 años. Lo que hoy son niños, entonces ya eran hombre y mujeres. Tenía 13 años cuando empezó a trabajar. Ahora tiene 65 y ha llegado el momento de que deje de hacerlo. Mi padre se ha jubilado.

   El martes pasado se cumplieron seis décadas y media que venía al mundo un niño en la cama de su madre, en un pueblo valenciano. Tras crecer como un niño normal, llegó el momento en que comenzó su vida laboral. Desde entonces, no paró. Primero como aprendiz en la joyería de Bienvenido Asensi. Más tarde, como lo que antiguamente se llamaba representante tanto de estuchería para joyas en la empresa Santaolalla como joyería de todo tipo.

   Años y años de viajes. Miles de horas al volante. Recuerdo cuando era niña y llamaba de noche a casa para hablar con mi madre y conmigo si el viaje había requerido que durmiera en un hotel. Recuerdo cuando lo acompañaba a los talleres y me enseñaba cómo se hacen las joyas, cómo se engastan las piedras, ...en definitiva cuál es el proceso completo, desde el oro fundido hasta verdaderas preciosidades que van mucho más allá de una pieza de oro. Recuerdo su sonrisa orgullosa cuando llegaba y decía, hoy vengo acompañado....

   Recuerdo los momentos difíciles como su accidente de moto o el robo del maletín de su coche (afortunadamente, sólo sufrió uno en toda su vida...), y recuerdo que siempre, siempre demostró fortaleza y ánimos para seguir adelante.

   Obviamente, recuerdo el momento más duro en la vida de nuestra familia, el momento en que mi enfermedad se presentó sin avisar y lo hizo para quedarse para siempre. Me encantaba pasear de su brazo por los pasillos del hospital el largo tiempo que estuve ingresada. Sin duda, fue un gran golpe, y sin duda, le provocó dolor y lágrimas, pero jamás me lo transmitió. Siempre me habló con positividad y esperanza.

   A día de hoy, sigo sin saber andar por la calle cuando está él, si no es de su brazo. Siempre está. Papá, hoy tengo reunión en Torrente. Papá, que hay que ir a Valencia. Papá, que he quedado con los amigos y en Valencia es muy chungo aparcar. Papá.... Papá.... Papá... (me temo que esto último no va a hacer más que empeorar ahora que tiene más tiempo, je,je,je,je....).

   Después, llegó el momento en que a mi madre ya le asustaba tanta carretera y tanto peligro por el valor que cargaba encima, y cambio de trabajo. Llegó su momento CELADOR. Durante más de seis años estuvo haciendo sustituciones, bajas, vacaciones, fiestas y guardias varias. Dónde más tiempo estuvo fue en Xirivella, y a día de hoy, sigue hablando y sabiendo de sus antiguos compañeros. Hasta que le asignaron una plaza en Picaña. Allí ha terminado su etapa de trabajo remunerado.

   Allí ha encontrado grandes personas que le han demostrado muchas veces su cariño. El pasado Viernes, sin ir más lejos, sus compañeros le homenajearon con una comida en su honor en la que pude comprobar, orgullosa, que es un hombre querido.

   Como hija, gracias a todos los que habéis querido a mi padre. Ahora, lo tenemos todo para nostras.

   Bienvenido, papá, a la nueva etapa. Bienvenido a casa y a la hora de disfrutar de la vida.




martes, 14 de enero de 2014

LOS REYES MAGOS NO EXISTEN. (II)

   
   Hoy me he levantado nostálgica. Y la visita a un amigo y la conversación con él, no ha hecho más que acrecentar la sensación.

   Mmm....aquellos viejos tiempos...... en los que éramos jóvenes, ilusionados, aún creyentes en la posibilidad de comernos el mundo. Hoy, apenas unos años después, intercambiamos palabras duras, cargadas de vivencias, pesadas y curtidas cual la piel de un viejo lobo de mar en la lúgubre barra de una taberna. Apenas un par de abriles han pasado, y nosotros parecemos haber vivido siglos concentrados en horas. Vidas enteras metidas en simples segundos.

   No es más que el precio de crecer, de seguir. Y yo, personalmente, no me quejo, pues eso implica que seguimos en pie. Y dónde hay vida hay esperanza. Pero me resulta curiosa la diferencia.

   Y eso me ha hecho recordar que en los albores de este diario virtual, yo escribí en algún momento sobre qué nos había pasado y cuál era el sentimiento que latía en mi interior en aquellos momentos. Lo he buscado y lo he encontrado. Y lo reproduzco para que mis queridos leyentes lo recuerden conmigo:

   "Aún recuerdo el día en el que una "querida" amiga tuvo el detalle de sacarme del error y me contó que los Reyes Magos no existen. Aún resuenan sus palabras en mi cabeza, cual la maza del dios Thor, "no existen, son los padres". Y lo peor del tema es que seguro que creía que lo hacía por mi bien.

   Pues no. No me hizo ningún bien, oigan. Yo tenía sólo 5 añitos. Demasiado joven para dejar de creer en la magia de la Navidad. Pero no se crean que hay acabó la cosa, pues esto se convirtió únicamente en un macabro presagio de lo que iba a ser mi vida. Poco después, un golpe del destino también me robó la inocencia de la niñez, teniendo que asistir demasiado pronto a la verdadera crueldad de la vida.

   De todo me repuse (bueno .... de lo de los Reyes Magos no estoy segura de haberme repuesto del todo...) en la medida que pude y crecí optando voluntariamente por seguir creyendo. Seguir creyendo como filosofía de vida. Y no estoy hablando de fe religiosa. Eso me daría para otros doscientos post. Estoy hablando de seguir creyendo en que hay buena gente y buenas cosas en el mundo.

   Y hasta que he sido mayor, siendo y viviendo así no me ha ido mal. Pero sólo hasta que me he hecho mayor. Hace apenas un mes cumplía mis 32 años, y puedo afirmar sin duda ninguna, que a pesar de todo lo pasado, los 31 han sido el peor año de mi vida.

   Los amigos sabéis que no hablo sólo de pérdidas que para mi han sido importantes, ya que afortunadamente para mi habéis estado ahí conmigo. Los amigos sabéis que hablo de la pérdida absoluta de la creencia en la dignidad humana.

   Ahora que empiezo a ver la luz al final del túnel, puedo decir, y de hecho digo, que a nuestro Código Penal le falta una tipo delictivo. Debería estar tipificado como el más grave de todos los delitos el del cruel y vil asesinato de la creencia en los principios y la moral. El del hecho cobarde y alevoso de que te arranquen de las mismísimas entrañas el convencimiento en la existencia de unas reglas, unos códigos de conducta y unos límites irrebasables tras los cuales hay daño y dolor.

   Legalmente, todos los delitos llevan inherentemente implícito la voluntad de cometer la infracción y el daño causado. Yo añado que todos y cada uno de ellos también llevan implícito la pérdida de la fe en el mundo que nos rodea. El problema es que a diario hay actuaciones que conllevan esa pérdida, pero que no llevan aparejada la posibilidad de considerarlas delito, y por tanto, no podemos esperar el consuelo de la condena y el pago del daño causado.

   Los amigos sabéis de lo que hablo. Algunos de vosotros tenéis el mismo vacío interior porque algunos de vosotros habéis sufrido la misma pérdida. Los amigos habéis sido testigos conmigo de la contemplación de la más absoluta pérdida de la moral, los principios, las reglas, la consideración, el respeto y hasta de la dignidad. Habéis conocido conmigo la impotencia de reclamar justicia y ser considerados locos. Habéis compartido conmigo lo duro que es que te acusen injustamente, y que es peor aún cuando los que te miran con desprecio son unos zoquetes. Habéis conocido conmigo la más deplorable de las cobardías, aquella que para acallar unas sucias conciencias opta por el silencio y por la colaboración necesaria con la injusticia. Los amigos habéis sufrido conmigo el encuentro directo con la soberbia, las trampas, la ausencia de la más básica de las consideraciones y del desconocimiento absoluto de la piedad y la caridad cristiana. Y compartís conmigo la certeza de que únicamente la justicia divina podrá recompensarnos. ...... o quizá no.

   Quizá nuestro pago y nuestro aprendizaje ha sido encontrarnos. Quizá la verdadera lección ha sido saber que no estamos solos. Quizá nuestra verdadera recompensa es saber que, aunque pocos, sigue existiendo gente limpia y capacitada. Quizá, al final de todo, los únicos que hallamos ganado hallamos sido nosotros. Al final del dolor, hemos encontrado la amistad verdadera. El apoyo incondicional. El amor entre hermanos.

   Todos los golpes de la vida nos hacen aprender. A mí éste me ha enseñado que jamás estaré sola. Qué siempre tendré una mano que me ayudará a levantarme.

   Al final de todo, SÍ hay justicia divina."

   Hoy, años después, hay manos que siguen ahí. Hay corazones que siguen pegados al mío. Hay huellas que comparten mis senderos. Amistades verdaderas. Apoyo incondicional. Hermanos.

   No sé si el dolor tiene compensación. No sé si la presencia de cicatrices implica la sanación o la certeza de que una vez hubo algo sano y puro que jamás volverá a su estado primigenio. Muy probablemente no.

   Pero no importa. Los amigos no ven las cicatrices. Sólo miran a través de tus ojos, y abrazan tu alma. Damos gracias a diario, mi gente y yo, por el grandísimo don de nuestras familias. Pero ellos somos nosotros. Misma sangre. Mismos genes. Los amigos son personas distintas, de sangre y genes distintos que eligen a diario estar ahí. Nos escogemos. Y nos queremos. Tal como somos.

   Los Reyes Magos no existen. ¿Y quién los necesita teniendo amigos verdaderos?

martes, 7 de enero de 2014

CABALLO DE BATALLA

   
   No me pregunten por qué, queridos leyentes, pero esta mañana he amanecido con una canción resonando en mi cabeza. Acháquenlo al virus que me ronda, al día que fue ayer, a las benditas brumas del preciso momento en que estás despertando y no eres hija ni del mundo de los sueños ni del mundo de los vivos, pues transitas ese espacio límite entre el reino de Morfeo y el del Sol, pero yo he recordado cada palabra de una de las tonadas que gemían cuando era niña en el radio-casette de mi mamaita. 

   Enamorada de la música de Juan Pardo, crecí con esa banda sonora, hasta el punto de seguir pudiendo recitar cada nota y cada sílaba de su repertorio. Caballo de Batalla. Esa es la canción que me ha despertado. Y no porque mi madre la tuviera puesta, o porque la haya oído recientemente. Vayan ustedes a saber la razón. Pero el caso es que los cascos del caballo pardo han galopado hoy por mi habitación. 

   Y como ya hace tiempo que no creo en las casualidades, repito por escrito la letra que repiquetea hoy dentro de mí: "Alguien caminando por mi huella, viene repitiendo lo que yo. Y eso no está bien, amigo mío, cada cual que escriba su sendero y canción. No es que me moleste que me sigan, porque a fin de cuentas quién soy yo, un caballo andado que defiende su potro y camino, su yegua y su voz.  

Caballo que te acercas a mi yegua; Porque vienes pateando, porque llamas su atención
Me sabes algo viejo y ya cansado; Provocando tu galope a este pobre corazón
Podrás en un futuro no lejano; Cortejar mi yegua blanca
Cuando sepas que no estoy; Porque si tú eres joven, no eres sabio
Que hay que darle tiempo al tiempo; Y aprenderse la lección
Porque si tu eres joven yo soy bravo; Caballito que galopas,; Para ser conquistador


No es más fuerte aquél que grita mucho, ni es bueno correr sin más ni más. Porque hay que llegar teniendo vino, no es el camino sino el caminar. Y doy por terminados mis consejos para quién los quiera recordar. En la fruta verde está el futuro, siempre que tenga tiempo para madurar." 

   Y una vez repasado, reconozco que me siento reflejada en el viejo caballo, cascado por el viento y la lluvia, consciente de haber andado caminos escarpados sin rastro de senderos que ahora aprovechan potros jóvenes que con su soberbia provocan a las canas del caballo maduro. 

   Y a la vez, igual de bravo, por la sangre que aún corre por sus venas y por las lecciones que acarrea en su lomo. Un lomo ancho y fuerte. Fuerte de espíritu y por la consciencia de haber pisado antes los terrenos aún por descubrir de los jacos imberbes que se jactan de su ímpetu y su lozanía, sin saber que eso no es más que una hermosa enfermedad que se cura con el tiempo y con las heridas de las piedras y las espinas con las que tu mismo tropezaste años ha. 

   Y así, una vez más, descubro que la vida ha puesto a mi alcance siempre los instrumentos para aprender y crecer. Y que aunque hubo momentos en que no supe darles la embergadura que tenían, siempre llega la hora en que tu subconsciente te los devuelve, junto con la explicación. 

   Y es que nuestros caminos son como esos puzzles de cinco mil piezas. Grandes, difíciles, por momentos desesperantes, pero que te proporcionan una inmensa satisfacción cuando das con la pieza y el lugar adecuados. 

   Y los años, son un mapa del tesoro, una guía que te va descubriendo el hueco de las piezas que antes no tuvieron sentido. 

   Y te sientes orgulloso de ser capaz de conocer el secreto, y de disfrutarlo. De ser un caballo algo viejo y ya cansado que disfruta de sus potrillos y el devenir de sus días, pero sabio, pues le has dado tiempo al tiempo y aprendido la lección. 

   Porque si tu eres joven yo soy bravo, caballito que galopas, para ser conquistador.