Sabéis, queridos lectores, que soy reflexiva hasta "el infinito y más allá"...y por eso lo primero que hice al descubrir mi "enganche" al programa fue analizar el por qué. ¿lo veo porque así satisfago ese punto de "voyeur" morboso que se agazapa en las tripas de todos nosotros?, ¿lo hago sólo porque así puedo vanagloriarme de una supuesta superioridad moral al poder decir desde la tranquilidad de mi sofá, yo soy mejor persona?, ¿o acaso la razón es simplemente porque dado el "nivel" de nuestra televisión actual, me creo que es otra historia de ficción con final feliz con la que llorar y así alimentar la parte sensible de mi alma y así comprobar que soy capaz de conmoverme con las historias difíciles?,......
Afortunadamente para mi salud mental, la respuesta a todas esas preguntas es NO. Y las conclusiones que saco de por qué el programa me tiene enganchada son básicamente dos: La primera, lo que aprendo. La segunda, lo que los demás deberían aprender.
Me explico. Como he dicho ya muchas veces, éste rincón cibernético es una especie de diario personal en el que me atrevo a decirme a mí misma esas cosas difíciles de admitir y de asumir. Y éste es otro de esos momentos. Cada vez que veo a esos chicos, irremediablemente encuentro rasgos que yo también tengo. Yo también guardo ira en mi interior. Yo también siento rencor contra una vida que me pone zancadillas a cada paso. Y a pesar de que mi ira y mi rencor están controlados, he de admitir que a lo largo de mis años, ha habido momentos en los que mi yo tiránico y rencoroso ha vencido al control y probablemente se lo he hecho pagar a los que más cerca tengo. Jamás he llegado a la violencia o al insulto. Nunca. Pero reconozco públicamente que ha habido momentos en los que me he sentido con derecho a una compensación por el dolor sufrido y por tanto he exigido una satisfacción de mis deseos sin cuestiones ni reproches. La diferencia de nivel entre los chicos del programa y yo es abismal, pero el fondo es el mismo. El mismo monstruo está ahí. Y creo firmemente que no es una cuestión personal. Creo que absolutamente todos tenemos esa fiera latente en nuestro interior. Aunque algunos no quieran reconocerlo y otros muchos ni siquiera lo sepan.
Y ahí es donde yo aprendo. Los veo a ellos y me veo a mí. Reconozco atisbos de reacciones mías e intento encontrar el modo de vencerlas antes de que me dominen a mí, como lo hace con ellos. No quiero llegar a ese punto, y aunque esté a años luz de llegar a él, no quiero dar ni medio paso que me acerque a ello.
Donde deberían aprender todos los demás es en todo lo relacionado con el mundo de las drogas. Yo puedo decir con orgullo que JAMÁS he tomado una sola droga. Ni siquiera las he probado. Y aunque me sienta orgullosa de ello, también he de reconocer que no es del todo mérito mío. Los que me conocéis sabéis que mi destino me llevó a un hospital a los 7 años y que allí se quedó mi salud para siempre. Así que aprendí demasiado joven, que la salud es demasiado importante como para jugar con ella. Yo no elegí perderla. Me abandonó. Y por eso no entiendo a aquellos que teniéndola, juegan con ella en una injuriante especie de ruleta rusa.
Todos los chicos que nos ha mostrado el programa han tenido vidas difíciles. Horas duras que buscan olvidar con la química de las drogas. Y sé que es una enfermedad. Sé que la fortaleza de espíritu que te puede mantener alejado de la tentación de olvidar y durante unos minutos ser feliz, no se elige. Para mí es bastante obvio que en la mayoría de los casos era prácticamente inevitable. Pero de ahí es de donde se debe aprender. La experiencia de esos chicos, e incluso la del mismo Pedro García Aguado, es la que debe convencer a nuestra juventud de que una personalidad forjada y fuerte es el único arma que tenemos contra la vida.
La mente humana está preparada para sobrellevar unos acontecimientos, que podríamos llamar, normales. Si el destino te ha preparado más dificultades de las que soporta una mayoría, tu cuerpo te dirá que no puede con ellas. Y si por el contrario te hace saborear las mieles del éxito y te convierte en una persona con más beneficios que el resto, llegará un momento en que tu cuerpo te pedirá más. Esa es mi conclusión de la vida. No soy una experta en el tema, no tengo estudios al respecto ni tesis científicas en las que apoyarme. Pero creo firmemente que es así. Y cuando alguien no encuentra los mecanismos para conseguirlo en su propio cuerpo o en su propia alma, recurre al exterior.
Chicos, la vida es dura. Nos golpea, nos maltrata, nos zarandea y nos maneja con el desprecio que la eternidad ha de tener con simples y efímeras piezas de un tablero infinito con el que jugar. Pero lo que la vida no sabe es que sólo de nosotros depende mantenernos en el juego. Con nuestras propias fuerzas. Sin jugar con la integridad de nuestra pieza.
Porque hay algunos que a pesar de no tener control sobre eso, nos aferramos con uñas y dientes para seguir en la partida.