viernes, 26 de septiembre de 2014

MADRE.


   Madre. Hoy hace una semana que llegaste. Viniste a vernos. A todos mis hermanos y a mi. Toda mi vida he sido yo la que he ido a tu casa a verte, y no me entiendas mal, no es que me disguste, pues me encanta pisar tu casa, donde siento la paz y el abrazo de sentirme en la mía.

   Pero que hayas dejado tu casa para vernos, ha sido sin duda una ocasión excepcional y única.

   Llegaste el Viernes, pasadas las siete. Cuando te vi bajar del coche, estabas preciosa con tu vestido amarillo. Ese que te hace lucir como el Sol una mañana de Agosto. Y me miraste. Lo hiciste. Y los ojos se me nublaron por una suave cortina de lluvia. ¡Estabas aquí!

   Y empezaste a caminar. Mis hermanos y yo comenzamos a mostrarte nuestro pueblo. Sus calles más antiguas. Incluso llevábamos música. Cornetas y tambores que sonaban como los ángeles. Y seguimos la visita. Y llegaste a casa de unos amigos, y allí tuve la inmensa fortuna de poder cogerte del brazo y pasearte por el barrio en el que vivo. Por mi casa, que había adornado con fotos tuyas, sabiendo que venías a vernos. Y llegamos a la plaza del pueblo. Y entramos en la Iglesia donde conociste a mucha gente. Allí festejamos y cantamos la alegría de que hubieras llegado. Y te besamos, te fotografíamos, te piropeamos y te disfrutamos hasta que llegó la hora del sueño. Había que dejarte descansar, pues muchas habían sido las emociones del día.

   Y a la mañana siguiente, tempranito, fui otra vez a tu encuentro. Pasé buena parte de la mañana contigo, viendo cómo tanta gente quería venir a verte. Y ayudando a que se acercaran a ti. Hasta que tuve que marchar para ayudar a preparar tu visita a mi otra casa.

   Y llegó la tarde. Y nos engalanamos con nuestras mejores galas para ofrecerte un banquete. Y a pesar del calor y el cansancio, la tela de nuestras faldas y entretelas no pesaban nada. Y los pies hinchados no dolían. Y la mirada de tu bello rostro nos llenaba a todos de orgullo y felicidad. Y llegó el momento de continuar la visita. De nuevo "Amigos" hicieron sonar su música a tu paso. Y llegaste a mi Casal. Descansaste en el suelo frente a la puerta de mi Falla. Esa Falla donde tantos hijos tienes que te siguen en el día de tu Santo. Y allí nos acompañaban muchos hermanos que lo celebran con nosotros. Y con un micro en la mano, mi garganta apenas pudo juntar las palabras que el tabal y la dolçaina, tan propias de nuestra tierra, le sugerían. Y te canté mirándote a los ojos para pedirte que no olvides nunca ese lugar y a esos hijos que a tus pies lloraban de emoción. Hijos que durante días habían preparado con ilusión el engalanamiento de su casa y su calle para tu visita, pintando una alfombra de flores y plantas bajo tus pies, en la que se quedaron pegados trocitos de nuestra alma. Y arribó el momento del adiós. Y más hermanos te mecieron por mi calle Valencia para que visitaras más lugares de este pequeño pueblo.

   Y se presentó el momento de volver a coger el coche para llegar a las zonas más lejanas de nuestra población. Pero allí estuve de nuevo para recibirte. Y para cuidarte en tu bajada de las ruedas. Y en la entrada a la nueva Iglesia, donde te ayudamos a entrar para que pasaras esa tu segunda noche junto a nosotros. Y de nuevo te dejamos dormir y reponerte del intenso día.

   Mañana de Domingo. Tus hijos habían preparado un nuevo banquete para ti. A este no pudimos acompañarte algunos de nosotros, pero allí estaban mis hermanos falleros llevando nuestro aliento y nuestro nombre.

   Y llegó la tarde. Y de nuevo vestimos galas valencianas para acompañarte por esas últimas calles que ibas a pisar de mi pueblo. Y aunque de forma un poco accidentada, aunque siempre con música "Amada" conseguimos guiarte hasta el fin del recorrido. El cielo se puso triste y oscuro, augurando tu partida. Y sin remedio, llegó el momento de la marcha.

   Tu coche estaba allí, esperándote en la plaza. Y a él te ayudamos a subir. Y en él te vimos partir.

   Y el cielo lloró.

   Madre. Estas cuatro líneas son apenas un esbozo de lo que fue tu visita para mi. Porque los sentimientos no pueden explicarse. Puedo decir que te quiero, pero eso no transmite el estremecimiento de mi cuerpo al estar en tu presencia. Puedo decir que te necesito, pero eso no explica el retumbar de mi corazón dentro del pecho cuando me acerco a tu casa a verte.

   Madre. Ahora volveré a ser yo quien vaya a visitarte. Y a contarte mis cosas, como siempre. Pero tu has venido a Alfafar. Y yo he podido vivir y participar de ese momento.

   Por ti. Por siempre y para siempre. MARE DE DÉU DELS DESAMPARATS.