lunes, 28 de octubre de 2013

A VECES, LO QUE HACEMOS NO TIENE SENTIDO.....


   A veces lo que hacemos no tiene sentido. De hecho, no lo tiene la mayor parte del tiempo. Tomamos cafés insustanciales con gente que no nos importa. Compartimos espacios con personas a las que directamente, no soportamos. Compramos el vaquero de moda, no porque nos guste, sino porque es lo que se lleva. Vemos la serie de televisión de la que todo el mundo habla para poder entrar en las sesudas conversaciones que se oyen en el metro a cerca del último capítulo. Vamos al cine a ver el estreno de la última peli cuya publicidad te machaca veinticuatro horas al día a través de diarios, marquesinas o televisión. Y al salir alabamos al director e incluso al productor, aunque no tengas ni puta idea de cómo se llama, porque los que caminan a tu alrededor lo hacen.

   Eso somos hoy los españoles. borregos incultos que se dejan arrastrar por la masa. Sin criterio propio y sin capacidad crítica.

   Dependiendo si somos de un bando u otro, ponemos a diario el canal que nos va a contar lo que queremos oír. Y asumimos como axiomas lo que un contertulio en concreto nos cuenta y nos lee en sus papeles. Y es que la vida que vivimos nos arrastra sin darnos tiempo a parar, a buscar el silencio que nos permita oírnos a nosotros mismos. Incluso nos asusta hacerlo. Son demasiadas las capas de frivolidad, manipulación y dolor las que llevamos encima como para enfrentarnos solos a nuestro propio abismo. Hay que ser muy valiente para hacerlo.

   Y puede suceder, y sucede, que una vez llegado a ese momento del cara a cara, te asuste la soledad que allí hay. Pues puedes descubrir que tu eres un paria, que tu no sigues las modas, que al final, nunca acaban gustándote las películas mediáticas mientras que en cambio consideras verdaderos tesoros algunas de las que nadie habla, que sólo compartes de verdad tu tiempo y tus fuerzas con quienes te importan, que no tomas cafés sin sentido si no te apetece, que prefieres sumergirte en las calles que describe un buen libro a la serie de moda, aunque eso suponga silencio en el autobús. Y que esa introspección te hace plantearte muchas cosas que algunos ni siquiera podrían imaginar que existen. Lealtad, libertad, justicia, valores, ideología. El bien y el mal. Y como nos rodea y nos influye.

   Y en ese momento comprendes que eres del limitado club de los justos de Sodoma. Y que pocos son los que llegan a comprender las tormentas que soporta tu alma.

   Y cuando encuentras un momento de calma, y te dices a ti mismo que eres de los buenos, pesar de todo y de todos, el destino te juega otra vez una mala pasada. Y tienes que oír a malditos despojos pisoteando esos ejes sobre los que gira tu existencia. Y sus palabras de violencia y desprecio, levantan sin demora al monstruo que habita dentro de tu corazón. y en ese momento sólo querrías tenerlo en frente, y soltar a la bestia. Sin consecuencias. Sin remordimientos. Sin recordar que tu eres de los buenos.

   Y es que mientras mi familia y yo, dedicábamos nuestro tiempo a ir a Mestalla a honrar a los miembros de la Guardia Civil asesinados por ETA. Mientras miles de personas gritaban en Madrid que nuestros muertos merecen justicia, una de sus bestias amaestradas, una de esas que saben articular letras a modo de palabras, acusaban a las familias de los muertos, de los mutilados, a los supervivientes de su horror sin sentido, de confrontar y provocar. De llamar a la violencia. De promover el asalto a la ley y a los derechos humanos.

   Y has de contemplar a Ortega Lara, con los ojos vidriosos por la emoción, asegurando que lleva una semana reviviendo su cruel y ensañado martirio, de modo que vuelve a estar encerrado en su miserable zulo luchando con su miedo y su mente para no volverse loco de nuevo.

   O a la madre de una de las niñas de Alcaçer, reviviendo las barbaridades que tuvo que sufrir su hija y sus amigas antes de entregar la vida y dejar este mundo.

   O a la hermana de Gregorio Ordoñez, teniendo que recordar los sesos de la carne de su carne esparcidos por la mesa en la que un segundo antes charlaba con una compañera.

   O a la familia de Miguel Ángel Blanco, obligados a evocar los recuerdo del chantaje, de la incertidumbre y de la fatalidad. De días de pavor y lágrimas derramadas para acabar regando con ellas una tumba. La de un chico normal, de un pueblo normal con una vida normal.

   ¿Y cómo pagan esta nueva forma de terrorismo? ¿Quién les obligará a enfrentarse a sus actos y sentir de verdad el miedo y la desazón que ellos reparten sin sin miramientos? ¿Quién irá a esos ayuntamientos en los que gobiernan, de los que cobran, a los que exprimen y les escupirá sus miserias y les obligará a esconderse en el agujero de donde nunca debieron salir?

   Yo se lo diré: NADIE. Porque después de todo, en esta parte, sólo sabemos llorar y lamentarnos. Escandalizarnos y asentir con la cabeza a las palabras de los que allí hablan desde la comodidad de nuestros sillones. Porque después de todo, los justos de Sodoma no son más que cuatro, y ellos solos no pueden. Y por desgracia, el resto, dentro de tres días, volverán al Sálvame y al Hola, a las películas insulsas y los cafés sin sentido. Y desde allí sentados, encontrarán culpables para todo, pero en el de enfrente.

   Y es que a veces, lo que hacemos no tiene sentido.

 

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