jueves, 29 de mayo de 2014

RESURRECTION.


   12 nudos. Viento Bonancible. Marejada en el mar. El chambequín de mi alma navega tranquilo por las aguas calmadas del mar de mi mente. Ha superado una vez más el temporal que cíclicamente golpea mis pensamientos. Y mi sino, como buen félido que es, de ojos profundos, patas gruesas y poderosa embergadura, se siente incómodo entre grandes olas y rocíos que le empañan la mirada y el camino.

   La suerte, que anteriores tormentas hicieron aprender a la bestia a reforzar la nao, y así, a base de esfuerzos y ahínco, fueron mejoradas las cuadernas, el palo mayor y el de mesana, levantado el palo de trinquete, fortalecidas las vergas y las cofas, asegurados los fanales de proa y construido nuevos a popa, repasados los pespuntes de las velas y afianzada la destreza en el manejo del timón.

   De este modo, las nuevas olas no han podido más que descascarillar la pintura del casco y llevarse al abismo más profundo algunos bultos que se apilaban en la cubierta. Nada importante. El félido que capitanea la barca sabe cómo recomponerlos, o mejor aún, vivir sin ellos.

   Pudo sobrevivir a la tormenta perfecta. Estuvo en el saliente desde el que se divisaba el fondo del vórtice que habían formado el viento y la ira de Neptuno. Fue azotado por la furia desatada del vacío más insondable. Estuvo a punto de ser devorado por los truenos y las negras nubes de la desesperación. Y cuando ya creía que jamás volvería a levantarse sobre sus vigorosas zancas, un débil rayo de la diosa Selene se abrió paso entre las sombras y plateó su frente, recordándole que aunque no pudiera verlo, tras la oscuridad, tras la negrura del mal, sigue siempre brillando la luz. Y que si eres capaz de aguantar la embestida de la tempestad, volverás a ser bañado por la calidez de la amistad, el amor y la vida.

   Aún resuenan las últimas notas del rugido de gozo que nació de su garganta. Hasta el cielo se estremeció por la esperanza y la fuerza que atesoraba. Había luchado y había vencido. Allí estaba. Majestuoso como siempre. Con su colorido pelaje fluyendo ante el viento que le atacaba furioso desde las entrañas de la miseria. Pero ya no le cegaba los ojos. Ya no le molestaba la sal que derramaba incesante sobre sus heridas. El breve destello argentado le había permitido vislumbrar el camino. Había reencontrado su norte. Y su brújula había vuelto a su más perfecto funcionamiento. Precisa como el más complejo mecanismo suizo.

   Por eso, esta ventisca ha sido molesta, desagradable, latosa, engorrosa y hasta desazonadora. Pero apenas le ha despeinado los bigotes.

   El león de mi alma vuelve a asir con fuerza la cabilla de la rueda de timón. Rueda a la vía. Velas a todo trapo. Travesía reanudada con éxito.

   Rumbo, el futuro.